Monday, August 22, 2011

Una nota semi-ficticia sobre el documental Robot World... de la revista Número Zero, del Centro de Estudiantes de la Universidad del Cine
Autores: Mateo Hinojosa y Pedro Camacho. 
Dibujo: Matías Poggini




Robot World: a Meeting with Your Alternate Double, el documental,
una sinfonía discordante
discutida por  un robot            y                              un anti-robot
Pietrus Mecanicus Camacho                          Tiroteo Sapiens Hinojosa



Yo robot, pienso que…
Siempre me ha sido difícil encontrar una película para mi gusto. Cada vez que voy al cine me debo conformar con el cine de la ideología dominante: la humana mecánica. La peor combinación. Sentar mi trasero metálico en una butaca se ha convertido en una rutina monótona, protagonizada siempre por idénticos seres de carne y hueso. Irónica combinación, este cine de los humanos, en vida tan impredecibles, retratados siempre de idéntica forma por un cine sin nuevos pensamientos. Por eso, imaginen mi alegría al encontrarme en el Bafici con Robot World, un documental acerca de robots lleno de poesía inesperada, con protagonistas bailando torpemente con gracia, siguiendo una banda de sonido magistral. A pesar de haber sido hecha por un hombre, Robot World  es una sinfonía hecha a mi medida, y a pesar de tratar de robots, es un baile emotivo que gustará a todos los que gozan de pasos inusuales.


Yo humano, siento que…
Detesto los robots. No es miedo del índole futurístico de Terminator, Metrópolis o Matrix. No, odio lo robótico del mundo de ahora. El robot es la encarnación… no, la excarnación… de todo lo que veo mal en este mundo. El actuar sin sentir. La mecanización de nuestro día a día. La sociedad tecnocrática. Sin embargo, Robot World, a pesar de mis prejuicios, me provoca intensas emociones mixtas sobre estos seres sin emociones.

¿Sin emociones?
Durante varios momentos no pude evitar sentirme muy emocionado y preguntarme por qué no tengo lágrimas, y que de tenerlas, querer llorar sería un problema para mi cableado.  El director, Martin Hans Schmitt, es un maestro en generar ambientes y emociones a partir de material que no ha filmado, utilizando imágenes informáticas puras, diagramas de diseño de robots, material fílmico de robots en experimentos de los años 60 y cualquier otra cantidad de imágenes en incontables formatos. Él mismo, al finalizar la película, confesó lo complicado que fue trabajar con esa variedad tan heterogénea de soportes. Indudablemente logró, con esta diversidad, demostrar la gran riqueza de mi especie: venimos en todo tipo de tamaños, con todo tipo de anatomía, y estamos en todos los ámbitos de la vida humana. Ten eso presente humano, cuando pienses en burlarte de nuestro torpe movimiento.

Los primeros pasos
Los robots no nacen, se construyen. Es decir, alguien los construye para funciones específicas. Entonces, pareciera que existen en un plano puramente utilitario. Por lo tanto, resulta extraño ver un robot barman que sirve Gin Tonic. Hay robots, entonces, para darnos gracia sin función alguna. Es más, uno pensaría que el robot sería útil según su no-humanidad, hacer lo que los humanos no pueden. Sin embargo, vemos a científicos tratando torpemente de hacerlos para caminar, agarrándolos de la mano cómo si fueran bebés. Es gracioso verlos caer, gratificante verlos tomar los primeros pasos sin ayuda. Uno se encariña del metal movedizo. ¿Pero a qué fin?

Más allá de beep-beep-boop
La ausencia de cualquier diálogo o voz lógica-organizadora, está compensada por la presencia de música sinfónica a partir de la cual se hace el montaje de cientos de videos, a lo found footage, de mis hermanos en todas sus distintas tareas. El resultado de esta oda al robot es que nos retratan en todas nuestras facetas, desde nuestro lado juguetón y pueril -mi escena favorita es, sin duda alguna, la de varios compañeros jugando al fútbol, actividad que siempre nos ha costado por nuestra movilidad un poco torpe-, hasta nuestra faceta más hostil, en guerras y combates. Por mi parte me considero un robot pacifista, pero es bueno saber que a la hora de la lucha final, seremos capaces de ponerle un freno al avance humano.

¿Qué avance humano?
La respuesta está en la profética Metrópolis de Lang: los robots no se parecen a nosotros, los humanos, para ayudarnos a hacer tareas repetitivas, para liberarnos de tareas robóticas y convertirnos en más humanos. Al contrario, la robot de Metrópolis se nos parece para poder provocar acciones automáticas en lo humano, es decir, para que nos convirtamos nosotros mismos en autómatas, para que seamos más manipulables. Lo dijo mejor Chaplin en El Gran Dictador: pensamos demasiado y sentimos poco. Cuando ya no sentimos, se construyen sentimientos por nosotros, empujan nuestros botones y… BOOM.

Los seres humanos tenían grandes ambiciones para la robótica y ninguna idea de hacia dónde nos llevaría esta corriente eléctrica, donde confluyen neuronas y microcircuitos. El camino se nos complicó, y la utopía desvanece frente a la realidad. Estas máquinas que parecerían sumamente utilitarias aparecen casi exclusivamente haciendo tonterías, jugando fútbol y cocinando con microondas. Más perturbador, los mismos robots que sanan quirúrgicamente también atacan con mísiles. En la secuencia tal vez más impactante del film, con los Predator Drones (avionetas “depredadoras” sin piloto, que el ejército estadounidense utiliza hoy -sí, ahora mismo- en Pakistan, Afghanistan y en su frontera con México), los robots no tienen problemas mandando mísiles a un “kill zone” donde resulta que también hay una mezquita y una escuela.


No somos malos…
Hacemos lo que se nos ha programado hacer, humano. No hemos sido, ni somos capaces de crear una guerra aún. Las guerras que ha habido las han iniciado ustedes con sus intereses económicos y sus ambiciones mezquinas. Solo hemos sido instrumentados para seguir órdenes. Más bien deberían entender que el problema yace en sus motivaciones. Aprovechen que son capaces de sentir para obrar de buena manera y quererse. Y entonces, sólo entonces, úsennos como instrumentos para esparcir el amor y no la guerra. Robot World es la muestra de que un mundo de robots y humanos es posible, y que hay fines comunes a unos y otros.


El hombre de negocios se arrastra por el piso
La paradoja del robot, la paradoja que supuestamente lo redime como creación humana, es que una máquina nos pueda mostrar cómo ser más humanos. No se lo crea, en Robot World esta paradoja y su refutación se concentran en un plano alarmante: lo que parece ser un hombre de negocios se arrastra con las manos por el piso de la vereda hipertransitada de una metrópolis. En sí, sería una imagen impactante, aún si fuera la de una persona real, pero este robot realista hace movimientos que ningún ser de carne y hueso podría, moviendo los brazos con una descomunal violencia y ganas de arrastrarse. Uno puede imaginar al artista-roboticista planificando esta intervención con el afán de provocar, de criticar a los hombres de negocios que se mueven mecánicamente por las calles de las capitales del comercio. Supone “un encuentro con su doble alterno” (el subtítulo de Robot World). Sin embargo, el rodaje documental cuenta otra historia: la gente se ríe, gozan de este simulacro de su propia vida. Lejos de mostrarles una parodia de ellos mismos, para que así puedan ser más humanos, les brinda un espectáculo más.



Yo te enseño, tu me enseñas
Coincidimos en mucho, diferimos en tanto otro. Entendamos desde ya que el mundo no funcionará de ahora en adelante sin que los dos trabajemos en conjunto. Aprendé de mi falta de sentimientos a potenciar tus emociones, a saber dosificarlas cuando sea necesario y a explotarlas cuando el momento sea propicio. Yo aprenderé de ti a tomar algunas decisiones propias. Si quieres empezamos por ir a ver Robot World juntos la próxima vez que venga a Buenos Aires, ¿qué me dices, humano?


Tuesday, August 16, 2011


Hay un estado entre los Estados Unidos:
el estado de desunión,
de inquietud.
Es donde residen los nómadas,
donde los desalojados siembran la tierra entre los cimientos
para que las plántulas crezcan en las grietas.
Libres, los freaks juegan entre sí, no se esconden y nadie los ve.
Allá los junkies se aman y se matan, abrazados y olvidados.
La tele grita desde lejos – nadie le hace caso hasta que un vaquero loco le pega un tiro con un Smith and Wesson en perfecto estado, diciendo que quería escuchar primero el doble estallido de pólvora y píxeles, y después el susurro de la tierra un ratito.
Las hadas urbanas bañan unas a otras (en bañeras semi-oxidadas con patas de águila) cuando una cumple años
Y los artistas… es difícil de hablar de ellos, porque una vez que dices que son tal, ya no son, ni siquiera están… lo único que se sabe seguro es que son eso: umbrales, puentes, transiciones, liminalidades, entre esto y aquello, este estado y el anterior y el próximo, entre destrucción y creación. Consumen rabiosamente los cimientos, vomitan arena-agua-carbono y lo prenden fuego para bailar alrededor.
Este estado nace en las fisuras de la mente y muere donde ya no alcanza el corazón.

Sunday, August 14, 2011

You know that I think about everything
I do it on the wing
as I go wandering
hoping to find what I didn't know I was looking for
trying to fall behind on running after I want
so that what I need can walk up to me