Thursday, November 15, 2007

Desde la plaza de la justicia, Tribunales, donde se juzga lo que es justo y lo que no lo es, se ve el bastón de nacionalismo argentino, el Obelisco: sesenta y siete metros de sobriedad y certeza. Un tótem, cuyo escultor olvidó la presencia de los ancestros-dioses.

Hace una hora, mientras cruzaba la calle para entrar a la plaza, escuché los ecos de una quena amplificada—ya sabes, la flauta andina y millonaria hecha espiritualmente consumible para las masas. Un grupo de gente con pinta de ser de orígenes andinas estaba parado en la esquina en vestidos de nativos norteamericanos, con penacho de plumas y volantes de cuero. Se pusieron a tocar una versión instrumental easy-listening de Hotel California. Mi imaginación acompañó la música y mi risa interior con la letra:

Some dance to remember, some dance to forget

Welcome to the Hotel California
Such a lovely place
Such a lovely face
They livin’ it up at the Hotel California
What a nice surprise, bring your alibis

Last thing I remember, I was
Running for the door
I had to find the passage back
To the place I was before
“Relax,” said the night man
"We are programmed to receive
You can check out any time you like
But you can never leave!”